viernes, 2 de mayo de 2014

Los demonios, los malos vicios, y las insegurades siempre vuelven.

Me encuentro otra vez en el mismo punto. Parece que estoy recorriendo un ciclo circular. 

Hoy he vuelto a llorar. Me he visto atacada por las mismas pesadillas.
Me ahogaban con el desasosiego. Y se reían. Se carcajeaban de mí. Me veía reducida a lo que soy cada día. Un montón de errores.

Soy errores.
Promesas incumplidas que se amontonan en un cuerpo desastroso. En un cuerpo tan asqueroso que odia ser objetivo de las miles de miradas que cada día recorren sus líneas.
Parecen intentar cambiar los trazos de los que estoy hecha. O por lo menos eso es lo que a mi me parece.
Y vuelvo a caer. Vuelvo a sentir vértigo. No sé si sigo soñando. No sé si todo esto tiene sentido. No lo tiene. No lo debería tener.

viernes, 8 de marzo de 2013

Alicia en el País de las.. ¿Maravillas?

Una noche más, el sobresalto me despierta. Me despierto jadeando entre las sábanas. Empapadas de sudor, de mi, y de lo que mi cuerpo está intentando transpirar. O quizá expulsar sería el verbo perfecto para hablar de los sentimientos. Mi ser entero está intentando liberarse de alguna manera. De la pena que a veces, no soy capaz de ocultar. De todo lo que callo a lo largo del día, porque ni yo misma soportaría decir. De todo lo que tengo pendiente, de lo que tengo que decir y todo lo que no dije. De verbos en pasado, en pasiva y paseando, se van de la mano a atormentarme a mí un rato. Se alejan por un camino, es como un túnel, quizá una cueva, quizá un tubo de cañería, o el de una montaña rusa. Yo sólo sé que voy con ellos, y que andamos. O quizás corremos, o incluso volamos. Me siento ligera, por una vez en unos puñados de meses. Intento tocarme el pelo, pero no lo encuentro, ¿Dónde están mis rizos? De repente mis acompañantes me dirigen una mirada hostil, como si mis preguntas mentales pudieran perturbar su calma. Oh, son parte de mí, claro que me escuchan. Yo sigo haciendo lo que aparece avanzar, sin replicar y esperar el final del túnel. Estoy acostumbrada a hacer eso, es lo que llevo haciendo un tiempo. Veo una luz próxima, veo el final, pero sigo sin ver nada.

Y me encuentro en un lugar que ni en cien años podría describir.

Es todo un enorme desastre. Imágenes proyectadas aleatoriamente que van cambiando de lugar donde mostrar lo que deben mostrar. Hay dulces, hay residuos, hay vísceras, hay flashes, fama y gente importante. Doy varios pasos, y echo a andar. Hay cubos de basuras desperdigados repartiendo desperdicios por todo el lugar, y vertiéndose en lo que parece un río dorado. Hay moscas comiendo bocas sin rostro. Hay un dado gigante sirviendo de casa a cucarachas e insecticidas que han hecho las paces. Me choco con lo que parece ser un mástil. Y, al girar la cabeza hacia atrás para poder divisar lo que es el final, mis ojos logran encontrar lo que son unos pantalones con varios estampados a la vez. Hay un campo de cardos, otro de jabalinas y otro de chocolate, e intenté apresurarme, abalanzarme y precipitarme sobre tal campo. Pero al alcanzar cierta velocidad, mi cuerpo endeble chocó con carteles de Neón, que avisan que son los campos del miedo, la furia y los deseos. Yo estaba empezando realmente a fascinarme con ese extraño lugar al que ni siquiera encontraba salida y había perdido a mis cautivadores y junto a ellos, la entrada. Suspiro, doy paso a que mis pies sigan el camino. No sé si lo que estoy pisando son piedras o caparazones de tortugas. Así que me agacho un momento para acariciar el suelo y poder adivinar a través de la textura qué pensamientos son los más acertados. Pero no puedo, estoy agarrotada. Me encuentro de repente paralizada. Helada es una palabra que puede describirlo. Algo ha llamado la atención de mi cuerpo.

Unas figuras se han acercado, y hasta ese momento no me había dado cuenta. Son algo parecido a personas. Pero tienen un cierto aura. Estoy cada vez más confundida. Son realmente hermosos. Son rostros tan dulces que un pintor, o ni siquiera la mejor cámara plasmaría esa belleza llegando a plasmarla como de verdad se merece. Al andar entre esos seres celestiales, observo sus sonrisas, perfectamente blancas como la paz que me transmiten. Estoy andando entre ellos, que extrañamente están formando un pasillo para que yo pase. Todos tienen una sonrisa en la cara, y es tan cautivadora que me tiene presa tanta sinceridad a primera vista. Mis pies llegan a lo que es una alfombra. Por una vez desde que he encontrado a aquellos tiernos serafines he puesto atención por dónde iba. Una alfombra. Es rosa. Es irónico, yo me la esperaba roja. Y una escalera. Es de tonos cambiantes.

Rojo. También colorado. Carmesí, bermellón, escarlata, granate, carmín, amaranto, verde,Chartreuse, verde Kelly, esmeralda, jade, verde veronés, arlequín, espárrago, verde oliva, verde cazador, azul, azul cobalto, azul marino, azur, zafiro, añil o índigo, turquí, azul de Prusia, azul majorelle, azul Klein, fagenta, fucsia, morado, malva, lila, salmón, lavanda, rosa, Cian, turquesa, celeste, cerúleo, aguamarina, Amarillo, limón, oro, ámbar, amarillo indio, marrón, pardo, caqui, ocre, siena, borgoña, violeta, lavanda floral, amatista, púrpura, púrpura de tiro, naranja, coral, sésamo, albaricoque, beige, carne, blanco, nieve, lino, hueso, marfil, plateado, gris y negro. Toda una amplia gamas de colores.

Todos los que mi mente no podía asimilar sólo en segundos. Me recuerda a una lámpara de lava, de esas que siempre salen en las películas americanas y siempre he soñado con tener. Mi sarcasmo me hace sonreírme a mi misma. Asciendo con ganas después de mi chiste penoso. Y me creo estar llegando a la cima, sólo por el hecho de que los rostro de ángel, como yo los he bautizado, me siguiesen como si de una gran masa que siguen a su líder se tratasen. Con ésta idea motivadora, me veo llegando a la cima, como si eso fuese un gran logro. Trepo por el interminable camino que me está resultando estas grandísimas, amplias y grandiosas escaleras. Cuando llego para coronar la cima, me encuentro con algo realmente extraño.

Una sala que parece no tener fondo. Es un sala monótona, blanca, fría y elegante. A la vez que misteriosa. Echo a andar, y para mi sorpresa mi ejército de serafines permanece en la escalera, como si no quisiesen formar parte de esa majestuosa sala que está acorde con su propia grandeza. Yo sigo andando, no les doy más importancia, porque acabo de divisar algo fuera de lo normal, y me extrañaba de no habérmelo encontrado ya. Cerezos, un puñado de cerezos. Impresionantes cerezos. Típicos cerezos de Japón. Ese color rosa que te cautivaba la vista, y con ella, el alma. Sus ramas tocando ese pequeño lago que también vi. Salí a correr. Por instinto, me senté en ese suelo blanco, frío como un hielo. Y por primera vez desde que llegué me di cuenta que llevaba puesto un vestido. Fino, exquisito. De una elegancia tremenda. Iba descalza, así que no supuso nada para mí levantarme aquella delicada parte del vestido para no arrugarlo al sentarme. Metí los pies. El agua estaba a una temperatura media, y ya no me sorprendió nada algo tan inusual. Una hoja rosa del cerezo se posó en mi vestido. Me sentía tranquila, en calma, liberada. Y me liberé de la presión a la que me había sometido todo aquel mundo raro y extraño a carcajadas. Chapoteé un poco con los pies en esa agua transparente.


Tan transparente que en el fondo pude ver algo que parecían cadáveres.



Acallé un grito y me invadió tal miedo que del repentino salto para sacar mis piernas de ahí que di, casi me caigo al interior de aquel pequeño lago. Me arrastré como pude por ese impoluto suelo, marcha atrás, todavía con el corazón en un puño. Y me mantuve alejada unos segundos. Intenté respirar, tranquilizarme. Me sentía tan agarrotada que ni siquiera podía respirar de nuevo con normalidad. De repente, me pude percatar de que notaba varios jodeos. Tenía la nuca erizada. Giré lentamente la cabeza hacia el lugar donde debían están mis encantadores angelitos y sólo pude encontrar los cadáveres que había encontrado en el fondo del pequeño lago. Intenté levantarme. Me rompí el vestido. Ellos se movían ágiles hacia mi. Una gran masa cadavérica, un ejército de la muerte, que se abalanzaba hacia mi cuerpo. Y tan inútil era que no era capaz de erguirme, ni siquiera ponerme de pie.


Resbala una y otra vez, raspándome las rodillas en aquel que antes era un delicado suelo donde había andando descalza que se había convertido en infinitos metros de lija. Llegaron hacia mí, se lanzaron todos en bandada, como cuervos que encuentran pan después de dos días sin comer. Los notaba cómo me agarran los miembros, queriendo despedazarme y quererse repartir ese jugoso trofeo de comida. 
Pero de golpe, el suelo se abrió bajo mi espalda, y lo último que vi fue que aquellos demonios muertos habían rodeado el socabón por donde yo había caído y veían precipitarme hacia la nada. Y digo que fue lo último que vi, porque cerré los ojos, y sólo pude gritar esperando un gran impacto que me partiese la espalda en dos.
Pero en su lugar, me encontré en mi cama, envuelta en mis sudores, y mis miedos y mis inseguridades, como todas las noches de todos los demás días.


Otra batalla perdida contra mí misma.